Capitulo 2
-¿Dónde
está tu hermano?- gruñía mi padre
-Milord,
se está dando un baño- intentó tranquilizar Alfred.
-Por
la mañana lo vi salir temprano.-dijo mi hermano. Alfred le lanzó una mirada
fulminante.
-¿Dónde
habrá ido ahora?
Me
encontraba colándome por las cocinas cuando justo me topé con ellos en la base
de la escalera.
-Al
fin Levi. ¿Dónde estabas?
-Salí
un rato a despejar.
-Déjate
de bobadas. Habíamos hablado ya de esto. Venga vayámonos, el conde Spencer nos
estará esperando ya. -Mi padre se volvía realmente impaciente con cualquier plan
que incluyera ir a cazar.
Los
cuatro nos subimos a los coches que nos estaban esperando fuera. Con todas las
cosas ya preparadas y el arsenal apunto para cualquier cosa que se pusiese a
tiro. Yo iba en el mismo coche que mi hermano. Los dos
pasamos las pocas horas que duraba el viaje a la finca del señor Spencer en
silencio. A ratos miraba por la ventana y a ratos dormitaba cuando los
baches no me sacaban de mi ligero sueño.
Una
vez en la mansión del conde nos mostraron nuestras habitaciones para aquella
ocasión. Aproveché para darme un baño y ponerme ropa más adecuada. Después de
una liviana comida que incluía tres planos y un postre, cargamos lo necesario
para una jornada entera de caza en el bosque. Nunca entendí el encanto de esta
tradición que se repetía si no cada mes, cada varias semanas. Varios hombres
perdidos por la espesura seguidos por unos perros famélicos, a la espera de que
alguna presa fuese el blanco de nuestra puntería. Por lo menos podía relajarme y
disfrutar de un fin de semana entero sin estar rodeado por todos los criados y
doncellas que servían en casa. Aunque Alfred hubiera venido con nosotros
estaría más atento a las necesidades de mi padre que de las mías.
Las
horas pasaban rápidas y ya a media tarde mi padre, Spencer y como no Alfred,
decidieron separarse de mi hermano y de mí con los perros detrás de las faldas del
conde. La brisa era fría, y aunque no hiciera excesivo viento, con el sonido de
las hojas de los arboles alborotados en las copas era difícil distinguir sonido alguno.
Era
más que evidente que el silencio entre mi hermano y yo iba a durar todo el día.
No me importaba de no ser porque se empeñaba en romperlo para picarme cada dos
pasos.
-Levi,
a ti siempre te gustó cazar ¿no?-me dijo sin siquiera mirarme. Al ver que no
respondía continuó. –Espera, era al revés, tú odias cazar. ¿Cómo se siente el
hacer lo que odias contra tu voluntad?
-No
está mal, si no fuera por la compañía.-Mi respuesta pareció quemarle por
dentro.
-Eres un inútil. Nunca eres capaz de conseguir ni una presa.
-Será
que tú eres demasiado bueno y no dejas ninguna para los demás. -Lo que más parecía
molestarle era que ni me esforzaba en mirarlo cuando le respondía. La indiferencia a veces puede ser el mejor arma de un hombre.
-Voy
por aquí ahora. Me estas espantando todos los animales.- me dijo en un intento
desesperado de deshacerse de mí.
-Pásalo bien hermano, cuidado con los bichos. -No me podía creer mi suerte, me había
librado de mi padre y de mi hermano. Era algo que no pasaba todos
los días.
El
sonido de las hojas en el suelo al romperse era ensordecedor. En el último
cuarto de hora se había levantado viento, pero para mi padre y su afán de matar
criaturas inocentes no era ningún impedimento. Debíamos de continuar la caza
porque nada avisaba que la jornada había acabado.
El
cielo estaba oscureciendo ya y aun no había logrado ninguna presa. Hacia alguna
hora que mi hermano se había ido y seguía sin regresar. El tiempo en el bosque
se me pasaba demasiado rápido. El silencio, las ramas meciéndose en las copas,
la calma propia de la vida…ni siquiera era consciente de lo rápido que se me
había pasado la tarde allí perdido.
Mis
reflexiones eran tan absurdas y variadas mientras pasaban los minutos. Unos
ruidos rápidos sobre la hojarasca me pusieron en alerta. Cargué la escopeta y
me preparé para recibir a mi primera y única pieza del día.
Ergí
mi cuerpo mientras un viento aun más fuerte se formaba a mí alrededor. Esta vez
no iba a fallar el tiro. El sudor por la tensión llenó mi frente cuando entre
los árboles vi la sombra del animal. Sin esperar, el disparo cortó el aire y se
deposito en el cuerpo de la criatura tirándolo al suelo.
El
sonido que siguió me horrorizaría mucho tiempo después. Un alarido desgarrador
de dolor, un alarido tan familiar como humano.
Corrí
hacia mi presa imaginándome lo peor. Cuando llegué mis sospechas se hicieron
reales. Con aquella ridícula ropa, el cuerpo ensangrentado de mi ayudante de
cámara se retorcía entre las plantas del suelo.
-Dios
mío Alfred -El horror segó mi voz -Lo siento creí ver un animal. -Las lágrimas
acudieron a mis ojos. Del estomago del hombre brotaba un manantial de sangre
tan espesa como rojiza.
Tirado
con él en el suelo intentaba presionar la herida pero era inútil. La vida se
escapaba de su cuerpo.
-¡Ayuda!
tranquilo te llevaremos a la casa, allí estarás bien… ¡socorro! ¡Necesitamos
ayuda! –La desesperación y la impotencia
sentida era indescriptible. Apenas era consciente realmente de lo que estaba
ocurriendo. La adrenalina estaba a flor de piel, al igual que el pánico.
Continué
presionando pero la sangre no dejaba de fluir a borbotones. Sus ojos clavados
en mi pedían auxilio desesperadamente. Poco a poco se iban apagando y las
convulsiones momentáneamente cesaban.
No
se cuanto tiempo pasó hasta que mi padre, mi hermano y el conde aparecieron entre la espesura. La escena era dantesca.
El
olor metálico del fluido vital lo envolvía todo, el suelo teñido casi por
completo de un color escarlata, su cuerpo tendido y mis ojos irritados sin
parar de balbucear y sollozar. Las escenas siguientes sucedieron deprisa. Las
recuerdo como pequeños fotogramas desgastados pasados a gran velocidad. Entre
los cuatro logramos salir del bosque y llevar el cuerpo al coche. Las horas de
viaje en plena noche, las luces del castillo tan siniestras como acusadoras y
el mayordomo, Adam, y el ama de llaves Lysa, saliendo a ver a qué se
debía tanto escándalo. Recuerdo sus caras de horror al ver lo sucedido. Entonces el tiempo volvió a cobrar su sentido.
-Ha
sido un accidente. Se acercó a mí… no sabía que era él y… pensé que era un
animal. –No paraba de repetir como buscando consuelo.
-Lysa,
encárgate de Levi. –oí decir a mi padre.
-¡No!
-Vamos
señor. –No podía ocultar el terror de su voz.
-Ha
sido un accidente –grite mientras el ama de llaves me llevaba al interior.
Media
casa debió de despertar esa noche con lo ocurrido. Unos pocos lo vieron con sus
propios ojos, otros se enterarían al día siguiente y los demás jamás sabrían
que pasó en realidad.
Lysa
me limpió la sangre del cuerpo como pudo, se encargó de mi ropa y me dejó en mi
cuarto ignorando mis delirios y suplicas.
Esa
noche la pasé sollozando y temblando en una esquina de mi cuarto. Implorando
perdón y repitiéndome que todo iría bien, que Alfred volvería a la mañana
siguiente con su uniforme impoluto a romper mi tormento.
Nunca
más volví a ver el cuerpo de mi criado. De algún modo todo desapareció. Como
desapareció la sangre del bosque, la escopeta de caza, el coche y la ropa
empapados en sangre. Pero los remordimientos, las pesadillas y el dolor
acababan de emerger en mi de por vida. El destino jugo su carta más preciada y
todas las demás cayeron solas sobre el tablero.
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