El sol se colaba entre las hojas de los altos árboles, proyectando sombras sobre la fría y majestuosa pared de piedra.
La suave brisa mecía las ramas produciendo un envolvente sonido.
En mitad del claro, se alzaba imponente el enorme monumento de roca, ya viejo y abandonado. La piedra desgastada y algunos muros y tejados desmoronados, recordaban a que en un pasado lejano brillaron elegantes y llenos de vida. Un castillo digno de reyes, altas torres y enormes salones, largos pasillos y coloridas vidrieras, ahora rotas y desperdigadas por todas partes.
En una de salas más altas de una torre, por el hueco de la ventana, se colaba un fino viento, que le revolvia ligeramente el oscuro cabello y la hoja de papel que sostenía en sus manos sobre un cuaderno desgastado. En sus ojos marrones, resaltaban pequeños pigmentos verdes, de un color tan profundo como el de los exuberantes árboles y plantas que rodeaban el castillo y formaban el bosque.
Miraba pensativa la hoja sobre la que solo había escrito unos cuantos trazos, el bolígrafo se movía nerviosamente entre sus dedos. Odiaba no saber que escribir ni tener inspiración.
Miró una vez más al exterior, le encantaba estar en aquel lugar, en aquel bosque, en ese castillo, ya sea recorriendo sus innumerables habitaciones y laberínticos pasillos o ahí sentada en el alfeizar de la ventana, mirando el exterior, escribiendo, dibujando, o simplemente estando sola para pensar. Su vista quedaba justo a la altura de la copa de los árboles, veía pájaros entrando y saliendo de ellos, escuchaba sus cantos, suaves y continuos, tan relajados y tranquilizadores, que la alejaban cada vez mas del ajetreado mundo en el que vivía.
Su rostro, un poco moreno por el sol, esbozó una pequeña sonrisa. Volvió su mirada a la hoja en blanco que seguía sosteniendo en sus manos y esa sonrisa se borró de sus labios. Cerró el cuaderno sobre el que se apoyaba con enfado, encerrando el papel en su interior. Se bajo de la ventana con un ágil salto, sus pies al tocar el suelo levantaron un poco del polvo acumulado durante décadas Iba vestida con unos pantalones largos vaqueros, de un azul oscuro, una camiseta de tirantes y unas botas negras, que al chocar contra el suelo resonaban por todo el salón de piedra y levantaban un fino viento, que movía las hojas secas allí tiradas, que en el centro de la sala destaparon un pequeño grabado ya desgastado e ininteligible.
Avanzó hasta el umbral de piedra de la puerta en forma de arco, allí posó una mano sobre uno e los goznes de hierro forjado y oxidado, que antaño sostuvieron una enorme puerta de madera, echó un último vistazo a la sala, el sol ya algo anaranjado se colaba por el hueco de la ventana y se proyectaba sobre aquella inscripción del suelo.
Se volvió y se dispuso a bajar por la escalera de piedra, que pegada a la pared se enroscaba en forma de caracol por toda la torre.
Bajaba con cuidado de no tropezar, como le había pasado tantas veces, con alguno de los trozos de la barandilla rota y desperdigada por allí.
Una vez fuera, con su preciado cuaderno bajo el brazo, un suave y fresco viento la recibió, su rostro sereno no aparentaba tener más de 19 años, aunque en realidad tuviera 17.
Metió una mano en el bolsillo de su pantalón y miró la hora en la pantalla de su móvil, la pantalla táctil se iluminó mostrando las ocho y media de la tarde, ya llegaba tarde a reunirse con sus amigos, ya no había manera de remediarlo, buscó en la lista de sus contactos hasta encontrar el nombre de Kira, tecleó rápidamente un mensaje y se dispuso a recorrer tranquilamente el camino para salir del bosque.
El sol apunto de ocultarse detrás de las montañas, teñía las nubes y el cielo de un profundo color rojizo, mientras la noche y algunas estrellas empezaban a aparecer por el horizonte, trayendo consigo la oscuridad y el silencio de la fría noche.
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