miércoles, 13 de septiembre de 2017

Gaia. 25 de Julio de 1720.

Es algo inexplicable con palabras. Siento que todo este tiempo ha sido una preparación, un camino, una ruta a seguir para algo que acaba de comenzar. Ni siquiera me es posible saber cuándo empezó exactamente. Es algo intangible en cuanto a términos temporales. Una vez que las etapas llegan a su fin simplemente sabes para que sirvió. Aveces las épocas se mezclan, bailan, se enredan y es el caos para indentificarlas. Solo el tiempo puede ordenarlo.

Siento que lo de hoy ha sido un inicio para mi a una escala inimaginable, englobando unos términos que no puedo describir.

Según bajaba a lo desconocido, a lo oscuro, mi razón arañaba las entrañas de mi mente, viendo mermado su control se intentaba aferrar. Despues el lugar de la calma. Un lugar al que siento como mi hogar. Los tablones viejos de madera, las enormes vigas negras sobre mi cabeza, las pareces de barro tan gruesas como la misma puerta. El sonido chirriante del hierro de las contraventanas.
Un sitio capaz de sanar hasta el más profundo de los males. Siento una conexión con ese lugar que trasciende toda palabra y toda  comprensión. Cuando mi razón pudo curarse en ese lugar, dejó paso a nuestro ser. Primero una araña con líneas azul profundo. Después el mar se hizo cielo, y las olas eras las nubes. Arriba se hizo abajo y el tiempo simplemente no podía existir.

Entonces llegó. Mi cuerpo perdió todo límite, dejé de notar el lecho, solo era crecer y crecer, siempre más.
Lo veo como una congregación, un reencuentro. Muchos y diferentes, todos juntos y todos uno, sin límites ni cuerpos ni ataduras. Una sensación de unidad imposible de describir. Todos pudimos aportar, todos pudimos comprender un poco más y nos conectamos de alguna manera. De alguna forma que siempre estuvo ahí, y que poco a poco se hará más fuerte.

Recuerdo los últimos rescoldos del miedo, la duda y la perenne presencia del maldito ego. Ni siquiera conozco los idiomas, extraños exóticos, cantarines. Nuestro único lenguaje son los sentimientos y los vivimos multiplicados por mil.
Veo los rostros, el reconocer a la persona pero ni siquiera poder describir su aspecto. No reconocemos las caras si no las energías que nos aportan. Vi dos pilares fundamentales que me dan la pieza del rompecabezas que nunca era capaz de encontrar.

Aún noto por el cuerpo el cosquilleo final, la calidez, la cercanía.

Se que tengo muchas respuestas a lo que necesito, se que otras muchas encajaran con el tiempo.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Gaia. 2 del mes Sol de 1720.


Ayer recordé esa noche. Tal vez los paseos por mi tierra o el frío inusual del verano.

Esa noche fría como ayer, despejada, con viento. Recuerdo su largo cabello leonés recogido, sus ojos castaños brillantes. Su aura. Una de esas auras sanadoras, con afán de aprender, aventurera y terriblemente curiosa.

Nos colamos en el Palacio, de esos que solo puedes usar si posees una buena cantidad de dinero, de los más espectaculares que quedaban en la ciudad. Sus muros mostraban su gloria pasada, al igual las batallas habían dejado muescas en cada piedra. Entramos por un patio poco transitado, empezó como una broma y sinceramente acabó de la misma manera.


Puedo verlo claramente los pasillos de madera poco iluminados, las ventanas a un patio interior empedrado, por detrás de él se podía ver la torre más alta del palacio levemente iluminada, aún así imponente frente a la oscuridad de la noche.

Las habitaciones llenas de tapices y alfombras, muebles gastados y la habitación de la Urraca. Todo medio vacío y solo con un atisbo de lo que fue.

Aún así vimos lo que tuvimos que ver, quedará para siempre en mi recuerdo. Y mi querida Shara, nerviosa como yo, emocionada como yo, feliz como yo. Siento que la conozco desde hace mucho, muchísimo tiempo. Tal vez demasiados tiempos. Solo somos dos almas jugando a encontrarse mutuamente, teniendo pequeñas apariciones cuando más nos necesitamos. Aveces los sueños parecen muy reales.

domingo, 3 de septiembre de 2017

Gaia. 18 de Junio de 1720.


Ro:

Cómo te describiría está escena. Esta sensación. El calor que me arde dentro y el frío que hiela el exterior.


Cómo podría describirte esta bóveda celeste de verano, este bailoteo intenso y el tintinear sobre mi. Creo escuchar una cancion., Acompañada del susurro del crugir de la madera y contraventanas, un tanto chirriante.


Las palabras se quedan cortas ante momentos así. La inmensidad resulta abrumadora al igual que está sensación de soledad cuando pienso que no estás cerca.


"¿Por que las palabras se nos atascan en la garganta cuando más las necesitamos?"


Mis deambulación es me llevan a este mismo lugar. Esta habitación, en esta misma casa, las causas de mis mayores preguntas y más placenteros sueños.


Una tarde de frío invernal. Rodeados únicamente por nuestro aura, nuestro mismo calor. El día que se grabó a fuego en mi memoria. Los recuerdos se asemejan al cristal, con temor a mirarlos por si quiebran. Uno de los momentos que deseo recordar en cada vida futura. Son muestra pura de lo que vinimos a hacer en esta realidad, estos cuerpos tan densos y pesados, tan cargados de todo. Tan rencorosos como olvidadizos.


Todo se borró durante un breve instante, ni miedos, ni juicios, ni condiciones.


Todo me lleva a preguntarme si lo que sentía surgió o ya estaba ahí. Algún remanente de otra existencia. ¿Por que creo entenderlo aún menos cuánto más lo pienso? Esa parte en negro que se niega a ver la luz.


Las estrellas avanzan. El vacío y las siluetas lo llenan todo. La vela está por consumirse. Desearía enviarte la carta que leyeras y entendieras. Pero en momentos como este siento que la distancia es una convección, que puede ser superada.


Si algún día nuestros caminos vuelven a cruzarse, luchare por que puedas contemplar este bella escena, que puedas entender de algun modo todas las nuevas sensaciones que empiezo a experimentar, desearías que puedas ver el mundo a través de mis ojos. No por que sean diferentes, si no por lo que crea en mi interior.


                                       Recuerdos desde .........
                                  Gaia. 18 de junio de 1721