sábado, 30 de enero de 2016

Capitulo muy posterior al anterior. (solo por aumentar tensión)




             Nunca me había dejado llevar de esa manera. Jamás hubiera imaginado agujerearme la oreja. Era más que un acto de rebeldía, era el ansia de mostrarme diferente al resto de los jóvenes, era un acto de confidencialidad y ¿de amor? Posiblemente así fuera o tal vez ese sentimiento solo fuera eterna gratitud enmascarado con un poco de lujuria.
             El coche me dejó directamente en la puerta de la valla que delimitaba la finca Moonrye. Caminaba despacio degustando los últimos vestigios del sol. Un poco mareado por los nervios. Entré a hurtadillas, deseando llegar pronto a mi habitación. Al subir la escalera el sexto sentido de mi padre debió de encenderse.
            -Levi, ven aquí.- Su voz me llamó desde la puerta principal del vestíbulo del primer piso. Cuando entré en la biblioteca allí se encontraba con mi madre. – ¿Quieres explicarnos a tu madre y a mi donde has estado toda la…?- en cuanto me vio aparecer su voz se quedó muda.
            Los siguientes minutos los recuerdo confusos, como empañados. Mi padre se acercó a mí sin mediar palabra. El dorso de su mano golpeo bajo mi ojo. Su cara encendida de furia me miraba con ojos vacios, como si no me viera pero sin poder apartar la vista de mi. Lo siguiente que recuerdo es su brazo sujetándome, mi madre gritando mientras él y yo estábamos enredados en un amasijo de brazos. Mi única idea era alejarlo lo más posible de mí, protegerme. Pero la adrenalina juega malas pasadas. De un empujón lo lancé sin quererlo hacia atrás, cayendo de espaldas. Se levantó de un salto y se dirigió hacia a mi zarandeándome hasta que me logro tirar al suelo. En ese momento solo sentí mi cabeza golpear contra el borde tallado de la chimenea y el piso recibió mi cuerpo en un duro abrazo.
            La consciencia fugó de mí como tantas otras veces. Note un tirón en mi oreja y después otro a mi espalda y el ruido de ropas rasgarse. Me arrastraba por el suelo mientras las imágenes se sucedían, el pasillo, el vestíbulo, las escaleras, los lacayos y el mayordomo con el rostro estupefacto apartándose de nuestro camino según avanzábamos…oía hablar a la gente pero sin entender que decían. Intentaba erguirme, andar, gatear…lo que fuera mientras me arrastraban, pero apenas lograba dar tres pasos sin volver a caer de bruces.
            Lo siguiente que recuerdo es notar el sol recorriendo mi cuerpo con los últimos rayos de la tarde. De rodillas apoyaba la cabeza en el hombro, me dolía y me daba vueltas. Creía ver sangre por mi brazo. No lograba diferencia las imágenes lejanas. Las muñecas me ardían. La brisa se revolvió a mí alrededor y me vi abrazado a una de las columnas que sostienen el soportal que rodea al patio trasero de la casa, que conduce a los establos. Las manos entumecidas atadas a la piedra. El suelo recorrido por la paja. Y por encima de mi hombro logré ver esquivando el fulgor del sol, sombras reunidas a mí alrededor. En el centro, una sombra a un más oscura y borrosa que las demás se acercaba.
            A la distancia ideal y en el momento en el que parecía entender que sucedía, oí el sonido del viento siendo cortado, enmudeciendo los cuchicheos. Sin poder impedirlo me contraje. El frio recorrió mi espalda, al momento, ese frio dejo paso a un calor abrasante, en una línea de dolor intenso. Antes de poder pensar en ello un segundo latigazo cruzó mis omóplatos, haciéndome abrazar aun más fuerte la fría piedra, encogiéndome en un inútil intento de hacerme lo más pequeño posible y evitar el tercer golpe. Mientras el sonido del viento cortado se sucedía una y otra vez, me mordí el labio inferior con fuerza en un intento de no gritar. No pensaba darle a mi padre el placer de verme sufrir ante su castigo, arrepentido ante mi propia voluntad.
            El décimo me dejó sin aire, me vació los pulmones al instante. Noté el sabor metálico de la sangre en la boca. Cuando perdí la cuenta de los golpes que llevaba solo sentía calor en mi espalda, calor y dolor. Ya no oía nada mas, ya no sentía nada más. Ni la luz, ni los sonidos acudían a mí, posiblemente en un intento de protegerme de mi entorno. Sangre, dolor, miedo y sobretodo odio, eran las únicas cosas que me inundaban y me gritaban desde todas partes. Tras minutos así, retorcía las muñecas desesperadamente intentando soltarme y huir. Solo logré apretarlas más y causarme más dolor, ahogado seguidamente por otro latigazo.
            Media hora, una hora… El tiempo se burló volviéndose infinito. Nadie decía nada, solo observaban. Nadie acudía en mi ayuda. La desesperación poco a poco fue apoderándose de mí. Mi boca ajena a mi voluntad empezó a bramar a cada golpe. Mi mente se despellejaba viva al igual que mi espalda. Pensaba en diferentes castigos que proponer con tal de que aquello cesase. Me habría ido, cambiado de apellido; me habría cosido la boca; me hubiera encerrado en una habitación sin ventanas ni luz; incluso la idea de colgarme de alguna rama cercana atacó mi maltratada mente. Pensé incluso en gritar y suplicar el perdón, pero la voz no acudía a mí, solo gemía y sollozaba. Me odié por ello, por dejar que me dominara con aquella facilidad.
            Cuando el dolor lo inundó todo. Cuando no me sentía a mí mismo y todo era dolor y hasta el aliento me destrozaba, cuando me había resignado a mi sino, todo cesó de repente. El patio entero quedo silencioso, ni murmullos disimulados, ni el viento cortado, ni siquiera las hojas parecían querer captar el más mínimo ápice de atención. Oí los pasos arrastrados de mi padre alejándose sin decir nada. Después de un periodo prudencial el tiempo y la vida pereció volver a correr, todo eran voces y prisas. Uno de los criados encargado de los caballos, liberó mis manos emburnadas en su propia sangre. Poco a poco el color volvió a ellas. Ni siquiera recuerdo el nombre de aquel chico al que tantas veces había visto por los pasillos y trabajando en los establos. Fue el primero en correr en mi ayuda y ni siquiera recuerdo su rostro.

            El señor Adam y un camarero me cogieron por los hombros y me arrastraron lejos de allí. Oía la voz de la señorita Lysa gritando y dando órdenes a todo el mundo. Un montón de manchas grises y rostros que parpadeaban se movían vertiginosamente a mi alrededor. Incapaz de mantener la cabeza recta, mi cuello se dobló y pude ver el enorme charco de sangre junto a la columna. Podía ver como el suelo corría debajo de mí. Cuando la penumbra de las cocinas me cubrió, mi último pensamiento fue hacia Astier. Me sentía abandonado y traicionado, después mi mente se volvió negra. 

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