Nunca me había dejado llevar de esa manera. Jamás
hubiera imaginado agujerearme la oreja. Era más que un acto de rebeldía, era el
ansia de mostrarme diferente al resto de los jóvenes, era un acto de
confidencialidad y ¿de amor? Posiblemente así fuera o tal vez ese sentimiento
solo fuera eterna gratitud enmascarado con un poco de lujuria.
El coche me dejó directamente en la puerta de
la valla que delimitaba la finca Moonrye. Caminaba despacio degustando los
últimos vestigios del sol. Un poco mareado por los nervios. Entré a
hurtadillas, deseando llegar pronto a mi habitación. Al subir la escalera el
sexto sentido de mi padre debió de encenderse.
-Levi,
ven aquí.- Su voz me llamó desde la puerta principal del vestíbulo del primer
piso. Cuando entré en la biblioteca allí se encontraba con mi madre. – ¿Quieres
explicarnos a tu madre y a mi donde has estado toda la…?- en cuanto me vio
aparecer su voz se quedó muda.
Los
siguientes minutos los recuerdo confusos, como empañados. Mi padre se acercó a
mí sin mediar palabra. El dorso de su mano golpeo bajo mi ojo. Su cara
encendida de furia me miraba con ojos vacios, como si no me viera pero sin
poder apartar la vista de mi. Lo siguiente que recuerdo es su brazo
sujetándome, mi madre gritando mientras él y yo estábamos enredados en un
amasijo de brazos. Mi única idea era alejarlo lo más posible de mí, protegerme.
Pero la adrenalina juega malas pasadas. De un empujón lo lancé sin quererlo
hacia atrás, cayendo de espaldas. Se levantó de un salto y se dirigió hacia a
mi zarandeándome hasta que me logro tirar al suelo. En ese momento solo sentí
mi cabeza golpear contra el borde tallado de la chimenea y el piso recibió mi
cuerpo en un duro abrazo.
La
consciencia fugó de mí como tantas otras veces. Note un tirón en mi oreja y
después otro a mi espalda y el ruido de ropas rasgarse. Me arrastraba por el
suelo mientras las imágenes se sucedían, el pasillo, el vestíbulo, las
escaleras, los lacayos y el mayordomo con el rostro estupefacto apartándose de
nuestro camino según avanzábamos…oía hablar a la gente pero sin entender que
decían. Intentaba erguirme, andar, gatear…lo que fuera mientras me arrastraban,
pero apenas lograba dar tres pasos sin volver a caer de bruces.
Lo
siguiente que recuerdo es notar el sol recorriendo mi cuerpo con los últimos
rayos de la tarde. De rodillas apoyaba la cabeza en el hombro, me dolía y me
daba vueltas. Creía ver sangre por mi brazo. No lograba diferencia las imágenes
lejanas. Las muñecas me ardían. La brisa se revolvió a mí alrededor y me vi
abrazado a una de las columnas que sostienen el soportal que rodea al patio
trasero de la casa, que conduce a los establos. Las manos entumecidas atadas a
la piedra. El suelo recorrido por la paja. Y por encima de mi hombro logré ver
esquivando el fulgor del sol, sombras reunidas a mí alrededor. En el centro,
una sombra a un más oscura y borrosa que las demás se acercaba.
A
la distancia ideal y en el momento en el que parecía entender que sucedía, oí
el sonido del viento siendo cortado, enmudeciendo los cuchicheos. Sin poder
impedirlo me contraje. El frio recorrió mi espalda, al momento, ese frio dejo
paso a un calor abrasante, en una línea de dolor intenso. Antes de poder pensar
en ello un segundo latigazo cruzó mis omóplatos, haciéndome abrazar aun más
fuerte la fría piedra, encogiéndome en un inútil intento de hacerme lo más
pequeño posible y evitar el tercer golpe. Mientras el sonido del viento cortado
se sucedía una y otra vez, me mordí el labio inferior con fuerza en un intento
de no gritar. No pensaba darle a mi padre el placer de verme sufrir ante su
castigo, arrepentido ante mi propia voluntad.
El
décimo me dejó sin aire, me vació los pulmones al instante. Noté el sabor
metálico de la sangre en la boca. Cuando perdí la cuenta de los golpes que
llevaba solo sentía calor en mi espalda, calor y dolor. Ya no oía nada mas, ya
no sentía nada más. Ni la luz, ni los sonidos acudían a mí, posiblemente en un
intento de protegerme de mi entorno. Sangre, dolor, miedo y sobretodo odio,
eran las únicas cosas que me inundaban y me gritaban desde todas partes. Tras
minutos así, retorcía las muñecas desesperadamente intentando soltarme y huir.
Solo logré apretarlas más y causarme más dolor, ahogado seguidamente por otro
latigazo.
Media
hora, una hora… El tiempo se burló volviéndose infinito. Nadie decía nada, solo
observaban. Nadie acudía en mi ayuda. La desesperación poco a poco fue
apoderándose de mí. Mi boca ajena a mi voluntad empezó a bramar a cada golpe.
Mi mente se despellejaba viva al igual que mi espalda. Pensaba en diferentes
castigos que proponer con tal de que aquello cesase. Me habría ido, cambiado de
apellido; me habría cosido la boca; me hubiera encerrado en una habitación sin
ventanas ni luz; incluso la idea de colgarme de alguna rama cercana atacó mi
maltratada mente. Pensé incluso en gritar y suplicar el perdón, pero la voz no
acudía a mí, solo gemía y sollozaba. Me odié por ello, por dejar que me
dominara con aquella facilidad.
Cuando
el dolor lo inundó todo. Cuando no me sentía a mí mismo y todo era dolor y hasta
el aliento me destrozaba, cuando me había resignado a mi sino, todo cesó de
repente. El patio entero quedo silencioso, ni murmullos disimulados, ni el
viento cortado, ni siquiera las hojas parecían querer captar el más mínimo ápice
de atención. Oí los pasos arrastrados de mi padre alejándose sin decir nada.
Después de un periodo prudencial el tiempo y la vida pereció volver a correr,
todo eran voces y prisas. Uno de los criados encargado de los caballos, liberó
mis manos emburnadas en su propia sangre. Poco a poco el color volvió a ellas. Ni
siquiera recuerdo el nombre de aquel chico al que tantas veces había visto por
los pasillos y trabajando en los establos. Fue el primero en correr en mi ayuda
y ni siquiera recuerdo su rostro.
El
señor Adam y un camarero me cogieron por los hombros y me arrastraron lejos de
allí. Oía la voz de la señorita Lysa gritando y dando órdenes a todo el mundo. Un
montón de manchas grises y rostros que parpadeaban se movían vertiginosamente a
mi alrededor. Incapaz de mantener la cabeza recta, mi cuello se dobló y pude
ver el enorme charco de sangre junto a la columna. Podía ver como el suelo
corría debajo de mí. Cuando la penumbra de las cocinas me cubrió, mi último
pensamiento fue hacia Astier. Me sentía abandonado y traicionado, después mi
mente se volvió negra.
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